El nombre de Colmenar tiene raíces muy interesantes que se remontan a la época medieval, especialmente vinculadas a la actividad de los pastores y al aprovechamiento de los recursos naturales en la península ibérica durante la repoblación cristiana.
El término Colmenar, proviene de la palabra colmena, es decir, la estructura utilizada para la cría de abejas y la obtención de miel. Estas colmenas eran una fuente de sustento importante para las comunidades agrícolas y pastoriles en la Edad Media, ya que la miel era un recurso fundamental para la alimentación y la medicina.
En el contexto del siglo XI, el territorio que hoy corresponde a Colmenar del Arroyo fue repoblado por pastores segovianos que se establecieron en la zona tras la expansión de la Reconquista. Estos grupos buscaban tierras para pastar sus rebaños y aprovechar los recursos naturales de la región, y la miel y la apicultura tenían un papel complementario importante.
Los pastores segovianos introdujeron prácticas agrícolas y ganaderas en el territorio, estableciendo asentamientos que se relacionaban directamente con el nombre Colmenar, debido a la utilización de colmenas como recurso económico y productivo en sus actividades.
La relación con las colmenas es clave porque estos objetos no solo eran parte del sustento, sino también indicadores del modo de vida de las comunidades pastoriles de la época. La actividad apícola (la cría de abejas) se vinculaba tanto con el cultivo de la miel como con el aprovechamiento de recursos naturales, ya que las colmenas podían mantenerse en zonas cercanas a los arroyos, donde la vegetación era más abundante y el clima era favorable para la cría de abejas.
En definitiva, el nombre Colmenar del Arroyo refleja una combinación de factores: la práctica de la apicultura mediante colmenas, la presencia de cursos de agua que facilitaban esta actividad, y el contexto de repoblación por parte de pastores segovianos en el siglo XII. Todo esto nos da una visión muy completa de cómo la toponimia de la zona está vinculada a la historia, la economía y la vida cotidiana de sus primeros habitantes.
Colmenar del Arroyo, es una zona con una tradición apícola muy arraigada, ideal para la producción de mieles de características únicas debido a su flora autóctona.
Sus áreas de montes, dehesas y bosque mediterráneo crean un hábitat ideal para la polinización de las flores de encina y enebro. La combinación de estos elementos naturales, junto a prácticas apícolas sostenibles, permiten que la miel de esta zona sea reconocida por su calidad.
El proceso de extracción de estas mieles se lleva a cabo respetando siempre los ciclos naturales de las colmenas, lo que contribuye a la sostenibilidad y conservación de los ecosistemas locales. Las mieles de enebro y de encina son dos variedades muy destacadas por su sabor y propiedades.
La miel de enebro proviene de las flores del enebro (Juniperus), un arbusto que crece en zonas de montaña y terrenos calizos, características comunes en el entorno de Colmenar del Arroyo. Esta miel tiene un sabor muy particular, con notas ligeramente amargas y un toque balsámico que recuerda a los paisajes donde se produce. Generalmente es de color ámbar oscuro, con tonos rojizos. Posee un sabor fuerte, con un toque refrescante y herbal. Se le atribuyen propiedades antibacterianas, antiinflamatorias y digestivas, siendo una excelente opción para tratar molestias del sistema respiratorio y digestivo.
La miel de encina es otra miel muy característica de la zona, ya que proviene del néctar de las flores de la encina (Quercus ilex), un árbol típico de la dehesa mediterránea. Esta miel es muy apreciada por su sabor robusto y sus propiedades nutricionales. Suele ser de color muy oscuro, casi negro, con un aspecto dorado en los tonos más claros. Tiene un sabor fuerte, con un toque amargo y muy característico que refleja la intensidad de la naturaleza de la zona. Es muy rica en minerales y oligoelementos, como el hierro y el calcio, y se le atribuyen propiedades antioxidantes y energéticas. También es ideal para el sistema inmunológico.
El microclima de la zona y la biodiversidad permiten que las abejas puedan acceder a estas flores con facilidad. Esto, sumado a prácticas apícolas sostenibles, da como resultado mieles de excelente calidad, con propiedades naturales que son muy valoradas por consumidores locales e interesados en productos naturales de calidad.
Las mieles producidas en esta región son, además, un ejemplo de cómo el paisaje y la biodiversidad pueden integrarse para crear productos que son tanto saludables como un reflejo directo del entorno en el que se producen.